«Luego Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.» Mateo 4.1

En su camino a Belén, seguramente José y María miraron varias veces el desierto al otro lado del río Jordán, y recordaron las historias que sus familias y los rabinos les habían contado: la vida del pueblo de Dios en Egipto, el nacimiento de Moisés y su vida en el palacio, su huída al desierto, su experiencia con la zarza ardiente, su confrontación con el Faraón, las plagas, la Pascua, el paso a través del Mar Rojo, el Monte Sinaí, y cuando Dios les dio los Diez Mandamientos. Eran muchas las historias de las cuales podían hablar.

Ahora José y María formaban parte del plan de acción de Dios. El Mesías prometido estaba por nacer. No tenían ni idea que el hijo de ellos, el Mesías, iba a pasar momentos sumamente difíciles en el desierto. Allí iba a ser tentado por el mismo que había tentado a Adán y Eva y los había hecho caer en pecado. Iba a ser una batalla espiritual extrema.

Esa no sería su última tentación, pero, al igual que a todas las demás, Jesús la vencería. Y lo mejor de todo es que su victoria se habría de convertir en nuestra victoria. Como pecadores que somos, no siempre logramos vencer al diablo. Demasiado a menudo él triunfa en los desiertos de nuestra vida. Pero la victoria final es nuestra, no de él, y lo es gracias a la fidelidad de Cristo.

Somos conscientes de las tentaciones que nos acosan en nuestro camino a Belén. Pero más conscientes aún somos del perdón que Cristo nos da.

Por CPTLN

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